martes, 24 de noviembre de 2009

Tutoría de padres



Tutoría de padres. Viene la madre de Julia para ver qué tal va su hija. Julia estudia 4º de secundaria, pero está a punto de cumplir 18 años. Es muy buena chica, cariñosa, amable, educada... pero no da un palo al agua. Ya, si tiene que volver a repetir será en un centro de adultos y eso no lo quiere ni oír. No obstante sigue en las mismas.
Hablamos su madre y yo. Tutoría de una hora y media. Después de mucho contarle lo poco que hace su hija, le llega a ella su turno de explayarse. Familia desestructurada, enfrentamientos entre padre y madre, hijos de por medio... Ya la tutoría deriva en los problemas personales de la madre de Julia. Dios, qué sola está para que esté contándome todo esto. Nos hemos visto por el colegio en muchas ocasiones, y llevo varios años dando clases a sus hijos; pero es la primera vez que hablamos cara a cara. Me abre la puerta, me coge de la mano y me mete en su vida privada. Habla, ríe, llora... y yo allí, al principio un poco sobrepasada, rígida; pero poco a poco esta mujer tan cariñosa y tan expresiva y tan necesitada me va haciendo tomar partido. Me relajo, la comprendo y me gustaría ayudarla, pero es muy difícil; son temas muy complicados. Lo más que puedo hacer es aconsejarle algunas pocas cosas para que Julia vaya mejor. Para ella es más que suficiente. El simple hecho de que yo vaya a hablar con Julia y el simple hecho de que ella se haya desahogado con una extraña, le hace sonreírme con agradecimiento sincero.
Ojalá Julia apruebe el curso, lo digo de corazón.

Sé que hace tiempo que no traigo un plato a la entrada. Hoy cena fría de coca de anchoas. Viene más gente de la cuenta y hay que preparar algo que llene y que valga para un regimiento. Hago la masa de la coca, muy parecida a la de la pizza. La amaso (a mano, que la Thermomix vuelve a estar tonta), le paso el rodillo (me encanta esto), la estiro y hala, imaginación al poder. En este caso, anchoas, salsa de tomate natural, aceitunas negras, aceite de oliva y orégano. Muy apropiada para este verano tan largo.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Beni


Hoy en la entrada de nuestra finca una cabra ha parido tres chivitos: Curro, Bienvenida y Regalito. Es increíble la naturaleza animal. Al poquísimo tiempo de nacer ya estaban las tres cabras en pie buscando a su madre. Ay, los pobres, ¡mala madre los parió! y nunca mejor dicho: en cuanto el bicho pudo, se alejó de ellos sin acercarles la teta que tanto anhelaban. El cabrero, Miguel, nos comentó que son muchas las cabras que hacen eso, por lo que tiene que sacar p'alante a los chivitos con biberones.
Nos fuimos a comer (un arroz buenísimo que había preparado la estanquera de Vallecas) y por la tarde los niños le llevaron unos biberones que ya no nos servían. Miguel ordeñó a una cabra y les dio de comer a los chivitos, a quienes les supo a gloria la tetina de caucho.
Yo me subí a casa y dejé a los niños (ufana de mí) con Miguel y las cabras. Al rato llegaron.¿Solos? nooooo, que va, traían a Bienvenida en brazos. Miguel había insistido en que nos la quedásemos, que él no podía cargar con tanto chivo hasta su casa y que le hacíamos un favor, además, otra cabra había parido también.
Madre mía, y aquí está. Al final se va a quedar como Beni porque Bienvenida nos parece demasiado largo. Es adorable, qué cosa más tierna. Reyvindiko es el que se encarga de darle los biberones. Es para verlo.
Los niños están entusiasmados con la idea de la cabra. Ha costado trabajo hacerles entender que no la pueden tener en su cuarto; ni siquiera dentro de la casa. ¡Son tan inocentes! Ya están haciendo planes para las navidades: dicen que quedará preciosa delante del portal de belén, ¡ay, cómo son!
Pero la que sí que está sobreexcitada es Chiara, la perra. Se ha vuelto como loca y sólo quiere estar con la pobre Beni, pero, claro, le hace daño. Así que tenemos al chivo dentro de un cobertizo, a salvo de perros y niños (Germán también tiene su peligro).
Y nada, que éramos pocos y parió la cabra, como se suele decir. Agradeceré cualquier consejo que me podáis dar acerca de las cabras. No tengo ni idea. Ya me veo, yendo de paseo al parque con los niños, la perra y la cabra.
Bueno, os deseo un feliz domingo. Ya os contaré las peripecias de la pobre Beni en Costilla Beach.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Pepelu



6 de noviembre de 1991, 17:30, mi padre muere. Desde entonces creo que no hay una sola hora de mi vida en la que no haya pensado en él. Lo lloré, aunque no demasiado. Quizás no era consciente de lo para siempre de la situación.
José Luis, Pepelu para muchos, era un hombre querido por todos los que le rodeaban. Fue impresionante la cantidad de gente que asistió a su funeral, por supuesto toda la familia y amigos, pero también un número bien importante de alumnos, antiguos alumnos y padres.
Amable, cariñoso, gracioso, simpático, guasón, chistoso y un poco pícaro, generoso, amigo de sus amigos y también de los que no lo eran, esposo ejemplar y padre, muy padre. Realmente era así. Diecinueve años me supieron a poco y es precisamente ahora cuando más de menos lo echo. Cuánto me hubiera gustado tenerlo a mi lado el día de mi boda y que hubiera conocido a mis hijos. Pero quiso Dios que no fuera así. Él tenía otros planes para mi padre y un infarto de corazón nos lo arrebató para siempre.
Desde ese momento empecé a tener noción de lo inevitable de las cosas. Conforme su vida se escapaba de su cuerpo, después de su último aliento, mi único deseo era robarle su alma al aire y volverla a su sitio; pero no mirarlo vencida, sin poder hacer absolutamente nada por evitarlo.
Aceptación, resignación, no nos quedaba otra salida. Aprender a integrar su ausencia en nuestras vidas. Duro, pero él nos enseñó tantas cosas que sin quererlo nos preparó para cualquier situación. Aunque no a mi madre. Ella todavía es incapaz de hablar de él sin llorar. Parte de su alegría y de sus ganas de vivir se fueron con él.
Hoy, dieciocho años después, me parece mentira el hecho de que dentro de un año lleve tanto tiempo sin él como con él; que esta ausencia se haya hecho mayor de edad. Las ganas irrefrenables que tengo de verlo, de hablar con él, de sentirlo y olerlo, me dejan una tristeza en lo más profundo de mi pecho. Dicen que el tiempo todo lo cura; pero no es cura en verdad, es costumbre.